Fabián es un muchacho de no más de veintitantos años, que lleva una vida entre los sabores y sinsabores del amor, tratando y en el intento de encontrar a la mujer de su vida, en su inexperiencia con las mujeres le toca pasar por muchas aventuras, algunas divertidas, unas trágicas y otras tristes, donde literalmente juegan al ping pong con su corazón. Una divertida novela juvenil, basada en las experiencias de Fabián, que también son las mismas que le suelen suceder a muchos jóvenes de su edad. La mayoría de ellas se encuentran tatuadas en este libro, en la que él nos cuenta su vida con ellas, con las mujeres que perdió por ser un mujeriego. A algunas de ellas, les escribe cartas creyendo poder recuperarlas de alguna forma, las mismas, que por supuesto, no tienen respuesta.

Un amor muy diferente

Un amor muy diferente
Aún recuerdo cuando añoraba tanto la compañía de alguien, cuando reclamaba a los cielos una mujer, alguien que me engría y que me cuide, que me rasque y que haga piojitos en la espalda allí donde mis manos no llegan, alguien con quien pueda tener ese toque de complicidad, atención, compañía, intimidad, tranquilidad y sobretodo inspiración. Y en busca de esa mujer andaba “enamorándome” automáticamente, todo el tiempo y a cada rato. Y lo hacía democráticamente, de todas, sin distinguir. Caía como ave de caza en picada y a toda velocidad sobre mi presa.

Desde chibolo filtreaba y me templaba de la chica inalcanzable del colegio de mujeres, de la no tan bonita pero popular en el grupo de amigos, en la pre de la tímida del salón, de la rubia con su plata de la tienda, de la chinita del barrio, de la morocha de enfrente, de la primita de cariño, de la prima de verdad, de la hermana de mi pata, de la mamá de mi otro pata, de la gordita del parque, de la flaca patona que alquilaba play station, de la anfitriona del grifo, de la enamorada de mi amigo, de la hija de la amiga de mi mamá, de la amiga de mi mamá, hasta de mi tía. Mujer que se cruzaba en mi camino y que me devolvía una sonrisa, se convertía de inmediato en el ángel divino y hermoso al que perseguía en sueños como un feroz caníbal durante aquellas afiebradas noches en las que me dormía con la calentura entre las piernas.

No puedo afirmar ni jurar que todos los hombres padecen de esta debilidad, pero estoy seguro de que muchísimos varones comparten conmigo ese incorregible vicio caleta, y se enamoran a razón de cinco o más veces al año.

A finales del 2010 e inicios del 2011, me encontré con demasiadas chicas a las que me hubiera gustado conquistar, muchas otras que solo me llevaron a la epidérmica necesidad de llevarlas a la cama y otras pocas a querer enamorarlas en serio, a lo firme, con todas las de la ley, desde declararles mi amor y presentarles a mi mamá hasta de tratarlas como toda una princesa así como dicta el libro de reglas de los extintos caballeros. Cometí muchas estupideces en mi desordenado afán por encontrar a “la mujer”, a aquella que se convertiría en mi última mujer, con la comparta mi días, mis noches y mis deudas.

Conocí a muchas mujeres en el transcurso de mi desorientada y desordenada vida amorosa. Creía tener la suficiente experiencia como para decir que se cómo es una mujer con tan solo verla caminar, sonreír y hablar, al menos eso pensaba. Debo reconocer que aún no las entiendo. Entre todo esto había decidido dar por terminado este libro y no volver a escribir más de las mujeres que perdí, pero, al mirar atrás, hay más de un par de historias que podría compartir y coincidir con cualquier chico aventurero de mi edad.

A estas alturas de mi vida, con la mucha o poca experiencia que tengo, me topé con la mujer que jamás imaginé tener un idilio amoroso y en el lugar menos pensado para conocer chicas, en un estadio de fútbol.

A la protagonista de esta historia le prometí no escribir una sola palabra de esos sucesos en este libro blog, pero ella bien sabe que no puedo con mi genio. Así que ahí va.

Llegué minutos después del inicio del partido, mientras buscaba un asiento donde ubicarme, a lo lejos divisé a una niña preciosa, vestía un top negro, shorcito amarillo muy pequeño, los hombres detrás de ella no dejaban de verla todos babosos y con ojos lujuriosos la desvestían con piropos obscenos. Había un sitio detrás de ella, justo en medio de los babosos que gileaban en grupo, y literalmente yo también me convertí en un baboso más de la mancha. Ella en un momento giró la cabeza y me miró directamente, pero yo, haciéndome el chico indiferente (o cagado de nervios) no me atreví a devolverle la mirada y menos una sonrisa. “Bah, debe ser una tonta, la típica chica linda y boba”, suficiente prejuicio como para liberarme del tormento de enamorarme enseguida.

De pronto escucho a un tipo negro y panzón escondido entre tanto morboso decir “Jenny, estas para morderte el keke”. Se llamaba Jenny. Ella volteó y con delicadeza brutal le contestó: “Muérdele el keke a tu vieja”. En ese momento maldije mi suerte: “No solo era bonita, sino también tenía cojones” me dije. Luego la vi sonreír con la amiga que tenía al lado, por momentos ella volteaba a verme y lo hacía mirándome firme a los ojos y me sonreía, tenía una sonrisa que causaba en mí el mismo efecto que la Kryptonita en Supermán. Al finalizar el partido yo ya me había enamorado como un tonto de las pelotas, no recuerdo como quedó el partido, ni quienes hicieron los goles, ni tampoco si hubo goles esa tarde, solo recuerdo que al finalizar la escolté hasta la salida, sin decir una palabra me acerqué a ella y cuidaba de que ningún mañoso la tocase intencionalmente, ella con su linda sonrisa y esos ojos que me hablaban sin hablar, me daban la venia de agradecimiento.

Al llegar a la puerta del estadio le dije que si vivía lejos de ahí, que podría llevarla en mi moto, “No gracias, traje la mía” me contestó y me dio un beso en la mejilla, se dio la vuelta y se fue, se marchó caminando enfundada en ese pedacito de short tirándome una sonrisa que me dejó en un crónico estado de acojudamiento.

Esa noche la busque desesperadamente en el Facebook, después de dos horas la ubiqué, le mandé una invitación de amigos. A los cinco minutos ella aceptó y a través del chat inicié la conversa. Después de intercambiar palabras con ella me sentí un miserable estafador al decirle que estaba sumamente interesado en hacerle un reportaje para el periódico en el que trabajo, con el tema “Las mujeres y el fútbol”, nada más lejos de la verdad, todo con la finalidad de invitarla a salir. Ella aceptó creyendo mis burdas mentiras.

Ya en la heladería, ella me miraba con infinita ternura, volví al estado de ahuevamiento y me sentí fatal de haberla mentido. Sentí la necesidad de decirle la verdad: decirle que ella me gustaba mucho, que me parecía que tenía una autenticidad a prueba de balas, que me gustaba mucho su shorcito y lo que estaba dentro de ese shorcito, que si fuera tan buenita de darme un besito y de pasar la noche conmigo.

Mientras transcurría la noche, luego de varias copas de helado, ella me comentaba de todas las aventuras que tuvo con otros tipos, la escuchaba y yo me moría de celos por dentro. Descubrí que era una chica autosuficiente, tenía las cosas claras con los hombres, en el sexo, era muy frontal y directa en la manera de decir las cosas, sus cuestionamientos existenciales, lejos de ahuyentarme, me derretían. Sentía que entre los dos había una química muy rara, una conexión muy chévere cuando, por ejemplo, hablábamos del pasado, o de las relaciones afectivas, o de las situaciones que nos hacían sentir vulnerables; era como estar conversando conmigo mismo, era la versión mujer de mi persona. Pero lejos de salir espantado de allí, porque estar con alguien como yo o al menos que se parezca alguito a mi, sería andar con la cabeza adornada y en una inestabilidad maldita. Pero no tenía miedo, ya estaba enamorado… sí, nuevamente.

Al día siguiente, recordando la promesa de una nueva cita, intenté comunicarme con ella, pero nunca respondía, supongo que no le gusté tanto; o será que adivinó mis reales intenciones y me castigó con su frío silencio y su dura indiferencia. No pude reprochárselo. Bien merecido me lo tenía por mentiroso, ya que nunca le hice el reportaje.

Después de un tiempo fue la propia Jenny la que me recordó por el Chat que teníamos una cita pendiente. Me puse muy contento. Salimos a comer, conversamos mucho, nos reímos. Todo iba bien hasta que procedí a embarrar la noche del modo más monumental. Ya en mi departamento nos pusimos a cantar en el karaoke y a tomarnos lo poco que me quedaba de una botella de whiskey. Ella no podía tomar alcohol porque estaba medicándose con unos antibióticos, y yo cometí el error de beber solo. Tras unas horas, cuando tenía al whiskey haciendo estragos mi cerebro, me dio por decir lo primero que pasaba por mi cabeza, le dije lo mucho que me gustaba y la deseaba, que quería estar con ella formal y exclusivamente, la fregué olímpicamente, ya que para Jenny lo último que quería conmigo era algo serio.

Jenny soportó mi borrachera con paciencia, se compadeció de mí y acariciándome la cabeza de manera maternal, me dijo: “Fabián, ya vamos a descansar”, me llevó de la mano hacia la cama, yo tambaleante y casi babeante la seguí con ojos de perro magullado. Me recostó sobre la cama y de pronto yo estando con los ojos cerrados, siento que sus labios me recorrían lentamente por mi rostro, mis labios, bajando por mi cuello hasta llegar a mi abdomen pasando por mis pechos, mientras los suyos empezaban a sentir mi pasión dentro del pantalón. Sus labios descendieron suavemente desabrochando, liberando mi excitación y su boca provocante se abrió hasta embriagarme de placer haciendo que mis sentidos funcionen al cien por cien y ardiendo de la ansiedad, disfruté de su olor, de su cercanía...de sus ojos lindos a medio abrir como no queriendo perderse de detalle alguno de la escena.

Sin palabras, me levanté y la puse de espaldas contra a la pared, la besé el cuello y mi boca se deslizaba por sus hombros para que luego, mi lengua se apoderara de su espalda baja. Luego mis manos tocaban cada punto de sus pechos erectos que no querían dejar de sentir mi calor. De esa manera empezó una noche inolvidable que terminó a muy tempranas horas de la mañana.

Cuando inicié esta especie de relación con Jenny me propuse reprimir intencionalmente esos arranques de coquetería que matizaron mi accidentada etapa de mujerieguillo pendeivis. Ya no quería meter la pata una y otra vez en el mismo bache. Tomé conciencia y suspendí esa torpe propensión al gileo fallido. Sin embargo, no todo ha sido tan fácil. El destino irónicamente me ha hecho padecer en las últimas semanas tentaciones de todo tipo y en todas sus formas. No entiendo por qué ahora, que trato de vivir un período de calma y estabilidad sentimental, empiezo a toparme con más de una ex enamorada en busca de un “remember” y con chicas guapas por todos lados y lo peor no es eso, sino que siento que esas linduras de pronto se fijan en mí de un modo sugerente, pícaro y hechicero.

Por ejemplo, hace poco una ex enamorada visitó la ciudad por unos días y la última noche se apareció en mi departamento con maleta y todo, conversamos mucho, tomamos unos tragos y luego me invitó a salir a bailar, yo acepté con cierto temor, pero al final no pude rehusarme ya que era una chica excesivamente linda. Lo sentí tremendamente injusto, pero igual accedí.

Ya en la discoteca nos pusimos a bailar como trompos, dando vueltas e improvisando coreografías, ella las hacía deliciosamente y yo, torpemente. Siempre me encantó bailar con ella porque me hace perder el sentido del espacio y del tiempo, le quita total importancia a lo que está alrededor. Bailar con ella es como estar en otra dimensión, se me venían los pensamientos pecaminosos al sentir su irresistible pantalón blanco rozándome la pelvis.

Un amor muy diferente
Al finalizar la noche, terminamos durmiendo juntos, no tuvimos sexo, hice mi mayor esfuerzo para resistirme a la tentación y no devorarme completita a ese pedazo de mujerón que tenía abrazada a mí, el culebrón que tenía entre las piernas me gritaba furioso y hambriento que no dejara pasar la oportunidad de saborear una vez más las dulces mieles en la piel de mi ex enamorada, trate de distraer mi erección pensando en Jenny, pensando en que no sería justo para ella, traicionarla de una manera tan vil, haciéndole el amor a otra chica. Me armé de valor y me levanté de la cama, le di un beso en la frente y me fui a dormir en el sofá de la sala.

Al iniciar la relación con Jenny, lo primero que me gusto fue se desenfado y sinceridad al hablar, su autenticidad. Lo nuestro era una relación abierta y sin restricciones, yo me veía y salía con otras chicas, ella hacía lo mismo. No hubo acuerdos, todo era libre y espontaneo, nada de formalidades ni exclusividades. Creí que podría manejarlo tranquilamente eso de la "libertad en la relación", ya que me computaba muy de mente abierta, pero no, los celos me carcomían el cerebro de tan solo pensar las cosas que estaría haciendo Jenny con su cita de turno. Y así fuimos llevando la relación, hasta que decidí meter la pata, le pedí formalizar, pedirle que fuera mi enamorada, que vayamos en serio, nada más estúpido de mi parte.

Si bien, ella aceptó gustosa al inicio, días después la sentí fría, desinteresada, me llamaba muy poco y nos veíamos menos, el sexo ni hablar. Me recriminaba a mí mismo por hacerle semejante propuesta. Quiero pensar que no le gusta el compromiso, hasta podría decir que le asusta, prefiere se libre y la dejé ser libre, di un paso al costado. Ahora somos algo que no tiene nombre, somos amigos, amantes, cómplices y muchas otras cosas más, "Somos de todo, menos amigos cariñosos" me dijo.

Aunque al comienzo pensé que Jenny era muy distinta a otras mujeres que había conocido, al final llegué a la conclusión que no distaba mucho de ellas. Las mujeres a veces dicen una cosa queriendo decir otra, dicen “no” cuando quieren decir “sí”; dicen “no me pasa nada” cuando quieren decir “estoy enojada, pero quiero que lo averigües” y es eso lo que ella hace.

Espero seguir conociéndola y degustándola, me encanta ser su amigo, su amante y hasta su confidente más íntimo, quiero estar a su lado por más tiempo, porque la verdad me gusta mucho, la quiero mucho.

9 comentarios:

Claudia dijo...

Te encontraste con la horma de tus zapatos jajaja, divetido como siempre

Julio Cesar dijo...

Quien sabe hasta puede ser la mujer que andas buscando

Anónimo dijo...

Es curioso ver cuando a un hombre lo tratan como el trata a las mujeres, si los hombres juegan ¡por que las mujeres no

Paul dijo...

Ya pues, en serio jajajaja

Monica dijo...

ya veeeees te lo dije Raulin lin lin hasta que encontraste a una como tu

Anónimo dijo...

QUe buena jejeje!!!

Anónimo dijo...

dfinitivamnt...para cada roto siempre hay un dscocido,,,,

soledadeterna dijo...

jajaj que divertida historia y pensar que ahora es muy similar kon las parejas entre menos compromiso es mejor no entiendo si eso es bueno o malo pero hay que disfrutarlo

Anónimo dijo...

Llegué hasta aquí por el cojonudo título del blog, pensando en una situación vital similar. Escribes bien, me recuerdas a mí hace unos años; ahora que me corto la coleta y estoy a punto de pasar a la reserva.

Somos el recuerdo que acumulamos. Follátelas a todas, guarda para el invierno. Que la noche te sea propicia.

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