
- Esteee - miraste la tarjeta – Fabián...que libro estas leyendo?
- Camila – te sonreí.
- No me llamo Camila – me respondiste con inocente sonrisa – mi nombre es Alexandra.
- Mucho gusto Alexandra, pero el libro que estoy leyendo se llama Camila – te dije mostrándote la tapa del libro y nos reímos juntos.
- Ah si claro, si lo leí.
También quiero hacerte recordar del viaje que hicimos a Máncora, aquel inolvidable viaje que hicimos por el cumpleaños de tu primo,

Miro con nostalgia aquellas noches cuando me llamabas al celular para decirme: “Ya báñate y cámbiate, quiero que estés lindo, en una hora paso por ti para ir a tonear, es una orden”, una hora después tu llegabas en el carrazo de tu papá, un exitoso empresario que te daba todo los lujos que una princesa como tu se merecía, una inmensa casa por no decir mansión en la Molina, socia de los grandes clubes de la aristocracia limeña y entrada libre para asistir a las discotecas más pitucas de la ciudad, pero aún no entiendo porque esa tarde que nos conocimos viajaste en bus como cualquier mortal….quiero creer que fue el destino.
Al llegar a la discoteca ya sonaban los primeros hits cumbiamberos que empezaban a ponerse de moda, fue en ese instante cuando te digo para bailar, me percaté que llevabas tacos altos, los mismos que te elevaban unos centímetros por encima de mí, aún sin tacos eras más alta que yo, esa noche yo llevaba puestos mis viejas y ya conocidas zapatillas toneras, que lejos de elevarme, sentía que me hundían más en el piso por lo desinfladas que estaban las plantillas. Pero a ti Alexandra eso no te importó y te vacilaste rico, me besabas apasionadamente en medio de la pista de baile, estabas muy enamorada. Al comienzo me dio pena por mi chatura, hay veces que me acomplejo por mi baja estatura, por mis escasos 170 centímetros, me sentí como en la época de colegio, cuando todos los lunes, día de formación en el patio central, siempre era el primero en la fila por ser el más enano. Para darme valor y levantarme la autoestima se me vino a la mente aquellas citas que leí en algún lado, eso que dice “los perfumes caros vienen en frascos chicos”. Tu me dijiste: "No eres chato, solo que yo soy alta tontito". Aquella noche fue súper. Sabías tanto a pesar de tu corta edad, eras tan madura, aprendí mucho de ti, tu de 18 y yo de 24.
No me perdono lo tonto que fuí al traicionarte con aquella chica del instituto, nunca pensé que te ibas a aparecer por el lugar esa tarde que yo estaba con ella, quiero pensar que fue una trampa impuesta por algún envidioso, yo se que alguien te llamó para que fueras, tu nunca te aparecías así sin anunciarte antes con una llamada. Pero no busco justificar mi estupidez, no debí acceder a los malos consejos y a las mañas de esta chica, pero nada de lo que te diga ahora, borrará la cicatriz causada por esa herida que fue mortal para nuestro amor. Alexandra te pido que alguna vez me puedas perdonar. Antes de ese incidente me sentía tan seguro de tu amor por mi, pero al verte derramar esas lágrimas de cólera, y al ver que esa linda mirada color caramelo ya no serían más de amor para mi, supe que ya te había perdido para siempre, no imaginaba mi futuro prescindiendo por completo de ti. Fui tu amigo, tu amante y confidente protector, masajista y cosquilleador. Aquel infortunado día fue la última vez que te vi.
Quise que pasara por lo menos un mes para poder hablar contigo. Cuando fui a buscarte a tu casa, la empleada me dijo que habías viajado a San Francisco, Estados Unidos, y que no sabía cuando volverías, fuiste a estudiar. De eso ya ha pasado cerca de un año y ni una noticia tuya.
Ahora estoy solo y en silencio en mi habitación, escribiéndote, ya sabes así es como me gusta pasar los días. He apagado el celular, se que no me llamarás. Ahora tengo que aprender a ser fuerte y no llamarte más, no por rencor, sino por respeto a ti. Se que con suerte más adelante el destino organizará, a su traviesa manera de hacer las cosas un encuentro inesperado entre nosotros, ya habrá tiempo de encontrarnos otra vez. No quiero hacerme ilusiones pero prefiero pensar que no te veré más, escribo esto “no te veré más” y me duele mucho. Sólo me consuelo con los recuerdos de ti. Por eso he querido escribir esta carta para seguir queriéndote, para no olvidarte. Ahora tengo que vivir con mi contrariada ilusión de verte y la amargura de sentir el silencio de tu indiferencia.
Se que no me escribirás tampoco, por lo visto has decidido extirparme de tu memoria como se retira a un tumor canceroso, al que después, para seguir viviendo a plenitud tienes que olvidar.
Para terminar solo me queda decirte que te escribo porque te extraño, fuiste mi primera musa y mi preferida también. No me atrevo a decirte que nunca más escribiré sobre ti. Quizá siempre escriba, sobre ti, pensando en ti. Es lo que estoy haciendo ahora. Gracias a ti escribo. Es una manera de decirte que, aunque no me llames y no me hables más, siempre te voy a amar.