
Aún recuerdo cuando añoraba tanto la compañía de alguien, cuando reclamaba a los cielos una mujer, alguien que me engría y que me cuide, que me rasque y que haga piojitos en la espalda allí donde mis manos no llegan, alguien con quien pueda tener ese toque de complicidad, atención, compañía, intimidad, tranquilidad y sobretodo inspiración. Y en busca de esa mujer andaba “enamorándome” automáticamente, todo el tiempo y a cada rato. Y lo hacía democráticamente, de todas, sin distinguir. Caía como ave de caza en picada y a toda velocidad sobre mi presa.