
Una voz me dice que tengo que escuchar al niño que fui un día y que todavía existe dentro de mí, ese niño entiende de momentos mágicos y puros. Puedo reprimir su llanto, pero no puedo acallar su voz.
Ese niño que fui un día continúa presente. Me dice que tengo que nacer de nuevo y que tengo que volver a mirar la vida con la inocencia y el entusiasmo de la infancia, porque de no ser así no tiene sentido seguir viviendo.
Existen muchas maneras de suicidarse, los que tratan de matar el cuerpo ofenden la ley de Dios, aunque su crimen sea menos visible a los ojos del hombre. Pero hay otros que tratan de matar el alma, ellos también ofenden a la ley de Dios, aunque su crimen sea menos visible ante los ojos del hombre.
El amor que ese niño me da, es un amor puro, sin miedos, sin juzgamientos, aleja por completo a ese “yo” tan negativo, que vive con cuestionamientos que me hace sentir tan inseguro de mis sentimientos, con temor de entregarme y salir lastimado.
Debo prestar atención a lo que me dice el niño que tengo guardado en el pecho. No debo avergonzarme por causa de él, no dejaré que sufra miedo, porque sé que está solo y casi nunca se le escucha.
Debo permitir que tome un poco las riendas de mi existencia. Ese niño sabe que un día es diferente de otro. Haré que se vuelva a sentir amado, que se sienta bien, aunque eso signifique obrar de una manera a la que no estoy acostumbrado, aunque parezca estupidez a los ojos de los demás.
Recuerdo que la sabiduría de los hombres es locura ante Dios. Si escucho al niño que tengo en el alma, mis ojos volverán a brillar y si no pierdo el contacto con ese niño, no perderé el contacto con la vida.