
En los tiempos libres que teníamos en el trabajo se daba el tiempo de contarme con lujos de detalles todas las aventuras que vivía con el tipo la noche anterior, yo lleno de morbo la escuchaba. Describía absolutamente todo como el lugar, el hotel, el cuarto, la cama, las sábanas, la pose, el tiempo que duraba y las veces que lo hacían, no me dejaba nada a la imaginación, “Soy una adicta al sexo, una ninfómana” me decía siempre al terminar su relato y todo eso hacía que la empiece a ver con otros ojos ya no tanto como una simple amiga, ni tampoco como una posible enamorada, más bien como algo meramente sexual. Cristina es una mujercita de baja estatura, una chata de esas poderosas, con buen cuerpo, no era fea, pero cuando íbamos a las fiestas y bailaba delante de mí yo solo hacía de cuenta de que no pasaba nada, mostraba indiferencia a esos movimientos tan sensuales que ensuciaban y llenaban mi mente con las más increíbles fantasías sexuales donde la gran protagonista era Cristina.
Así pasaron meses y meses sin poder decirle nada, ella me contaba siempre con toda confianza y con los mismos detalles, mientras yo seguía fantaseando en mi mente tomando el lugar de su eventual amante, allí me veía con ella, en el mismo hotel, dentro de la misma habitación, sobre la misma cama, acariciando las mismas sabanas y haciendo todo lo demás.
Nunca le dije lo que sentía, una vez más mi característica inseguridad de aceptación en las mujeres me jugaba una mala pasada, siempre me paré frente a ella como solamente un amigo o su mejor amigo como decía Cristina, su confidente, y yo consideré que con un mejor amigo no se hacen cosas que con aquel tipo casado.
Luego de unos meses tuve que viajar como de costumbre aquí a Lima, pero esta vez ya fue a vivir y estudiar, después de un año en las vacaciones regreso a Iquitos a hacer unos trabajos que se presentaron en el momento, una tarde sin saber que hacer y estando muy aburrido me acordé de Cristina, recordé sus eróticas narraciones y decidí ir a visitarla, la encontré sentada en su sala viendo televisión y comiéndose unas galletas, al mirarme me saludó muy sorprendida de mi presencia, no se la imaginaba ya que me había perdido de la ciudad sin siquiera despedirme de ella. Ahora ya con más experiencia en el campo de entrarle a una mujer y convencido del famoso dicho: “el que no arriesga no gana”, yo fui con la intención de hacer realidad lo que tanto había pensado, a veces pienso que un hombre no puede ser amigo de una mujer o viceversa, siempre pasa algo en el camino que uno de ellos comienza a sentir más que una simple amistad, será la admiración hacia la otra persona o simplemente instinto animal o sexual como en mi caso.
Retomando la historia, estaba en su casa, solos los dos, Cristina y yo, después de intercambiar experiencias de todo lo que habíamos hecho en ese año de separación, me lancé a la piscina, le confesé lo que fantaseaba cuando me contaba sus relatos de cama, le dije cuanto me atraía como “hembra”, le pedí un beso, al comienzo no acepto diciéndome: “Como puedo darte un beso si somos amigos y muy buenos amigos”, insistí y no pasó mucho tiempo hasta que accedió y así estuvimos el resto de la tarde, confirmaba lo buena que era en estos temas, tenia una lengua que bailaba dentro de mi garganta, ya no era solo teoría, ahora era ya el protagonista de la práctica, empezaba a hacer realidad mi fantasía. La invité a salir esa misma noche y Cristina aceptó.
Aquella noche la recogí de su casa, se había arreglado más de lo normal, estaba más que guapa que nunca, se puso unos jeans azul oscuro a la cadera muy ceñido al cuerpo, sus pompas resaltaban más aún y me abría el apetito, una blusa negra con un gran escote que mostraba solo el centro de su pecho, me pareció genial y me encendía más todavía. Fuímos a un bar en las afueras de la ciudad, no queríamos que nadie nos vea, “que sea un secreto” dijo Cristina. Después de unas 4 cervezas de litro cien, las más grandes que había, ella se puso más cariñosa que al comienzo, ya después de la primera me confesó que yo también desde ese tiempo en el trabajo le atraía mucho y que siempre quiso estar así conmigo, yo me sentí bien porque el sentimiento y la atracción era mutua, la noche se puso muy pero muy caliente mientras se agotan las cervezas y terminamos en un cuarto de hotel, esa noche fue como pocas, una de las mejores.
Al día siguiente la llamé para saber como estaba, le dije que viniera a verme y la note diferente, me dijo que la había pasado muy bien conmigo la noche anterior, pero que ya no podía mirarme a la cara de la misma manera, sentía vergüenza, yo terminé entendiéndola, que más me quedaba, no tenía de otra, quizás no debimos cruzar el límite de la amistad y el amor o el sexo como prefieran llamarlo.
Después de aquella conversación telefónica tan solo nos volvimos a vernos nuevamente en una reunión de una amiga en común, cruzamos un par de palabras, bromeamos un poco y nada más, estuve presente más o menos una hora en el lugar y me retiré, a los días tuve que volver a Lima nuevamente. Ahora sé por medio de unos amigos que Cristina se esta por casar con un español, otra mujer más que perdí.
Solo quiero concluir este relato diciendo que cuento todo esto no en un afán de querer vanagloriarme con esta aventura de cama que tuve con la que era una de mis mejores amigas, sino de mostrarles que debemos de tener mucho cuidado al intentar cruzar un límite entre el amor y la amistad por más atracción que haya entre los amigos hombre-mujer. Me despido haciéndome y haciéndoles una pregunta ¿Creen en la verdadera “amistad” entre un hombre y una mujer?